Técnicamente hablando, podría decir que el primer acercamiento que tuve con los videojuegos fue cuando mi papá me dio un Atari en mi cumpleaños. Pero, sentimentalmente, la época de las “maquinitas” fue la clave para que decidiera tomar este apasionante hobby como parte de mi estilo de vida. Por este motivo, hoy quise escribirles un poco sobre una de mis tardes jugando maquinitas en la década de los 90’s, la época en la que una moneda de 50 centavos podía transportarte a mundos inimaginables.
Como toda historia de “maquinitas”, todo comenzó cuando mi mamá me mandó por un kilo de tortillas. Cabe mencionar que la tortillería estaba a unos cuantos metros del lugar donde vivía, por lo que no tenía mucho pretexto para escaparme a la farmacia que estaba en la esquina de la cuadra, la cual se rumoraba que tenía un par de maquinitas nuevas, por lo que debía implementar una estrategia urgentemente para ir a verlas, gastar 50 centavos, o un peso, en ellas y regresar a la casa con las tortillas aún calientes y un buen pretexto por haberme tardado tanto.
En cuestión de minutos ya había ideado mi plan. Lo primero que haría sería irme directo a la farmacia, jugar rápidamente las dos maquinitas nuevas, y regresar a formarme para comprar las tortillas y así llevarlas calientitas a casa, diciendo como pretexto que la fila de la tortillería era enorme, por lo que tuve que esperar un buen tiempo formado… ¡El plan no podía fallar!
En no más de 5 minutos ya estaba en la farmacia, donde me di cuenta que no había sido el único en recibir el rumor, pues habían entre 8 y 12 personas tapando las dos máquinas que, de primera impresión, ya me habían dejado con la boca abierta. Una era “gigante”, pues nunca había visto algo similar, tenía cuatro palancas y, por lo que alcanzaba a ver, ¡era de las Tortugas Ninja! La segunda era sencillamente única, pues se trataba de una pequeña cabina que simulaba la forma de un automóvil rojo. No lo podía creer, ¡estaba viviendo el mejor día de mi vida!
Cuando llegué a apartar mi lugar, poniendo mis fichas en la pantalla de la maquinita, me percaté que pasarían varios minutos hasta que me tocara el turno de tomar el control de una de las cuatro tortugas mutantes. Eso me preocupó por unos momentos, pero después me di cuenta que el juego era idéntico a las caricaturas, y eso fue suficiente para olvidarme de mi responsabilidad por unos cuantos, varios, minutos.
El juego, que ahora sé que se llamaba Teenage Mutant Ninja Turtles: The Arcade Game, era simplemente alucinante, pues prácticamente “jugabas dentro de la caricatura”, además de darnos la primera experiencia multijugador de nuestras vidas. Lamentablemente, la dificultad del juego estaba en la parte más alta, claro, porque el Don de la farmacia quería sacarle mayor ganancia a su nueva adquisición, por lo que me gasté rápidamente más de un par de fichas en intentar superar Rocksteady, el primer jefe de nivel.
Después del nerdgasmo que tuve con el juego de las tortugas, fui al mostrador para cambiar un par de fichas para entrarle al “juego del carrito”. Tristemente, ese fue mi punto de quiebre, pues hasta ese momento me di cuenta que me había gastado más de la mitad del dinero que estaba destinado para las tortillas.
No sé cómo corrí tan rápido, pero en menos de unos cuántos minutos ya estaba frente al encargado de la tortillería, diciéndole que “me hiciera el paro” y que le pasaba el dinero restante mañana. Él chico aceptó, pues me conocía desde hacía años, pero no corrí la misma suerte cuando llegué a casa, ya que después de decirme que estaba preocupada y que pensó que me habían robado, mi madre me puso una de los regaños más largos y épicos que he tenido en toda mi vida, castigándome por más de cuatro semanas, mismo tiempo que tardé en jugar aquella “maquinita de carritos”, la cual era ni más ni menos que el clásico Outrun.
Este parece un simple relato, pero no es así, pues en ese día aprendí que quería seguir jugando videojuegos por toda mi vida, aunque claro, sin dejar mis responsabilidades por un lado, ya que aún sigo escuchando los gritos que mi madre me puso aquel día.
Esta fue mi historia, pero, cuéntame, ¿tú tienes algún recuerdo de la era de las maquinitas?